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Eran tiempos felices para el club blanco, liderado por una deslumbrante camada que, tras dominar sin titubeos en España, amenazaba con conquistar el continente. La opinión mayoritaria era que el equipo tenía potencial más que suficiente para alzar un trofeo esquivo al palmarés merengue desde 1966. Con esa percepción afrontaron una edición que les concedió la anhelada revancha frente al PSV en el camino a semifinales. Eliminaron a los holandeses y se situaron otra vez a las puertas de la final, que se disputaría, además, en el Camp Nou.