Ese 18 de mayo convergían en el Olímpico de Atenas dos equipos con trayectorias distintas. Ese Milan se mostró como un equipo aguerrido e inexpugnable, con una defensa formada por Tassotti, Baresi, Costacurta y Maldini que cerraba a cal y canto las inmediaciones de su portería. Ese partido se jugó cuatro días antes de la gran final, lo que dificultó la preparación de la misma, al contrario que le sucedería al equipo de Fabio Capello, que había tenido tiempo de sobra para centrarse en el duelo.